La infancia es la etapa del desarrollo más influyente en la vida de una persona. Constituye un periodo sensible en el cual se crean las características básicas de personalidad. Dichas características se van a forjar en un entorno familiar y social concreto.
El entorno familiar ejerce una influencia clave en la estructuración de la psique de una persona. Si se crece en un entorno cálido afectivamente, sensible y contenedor, proveedor de seguridad y aceptación, el niño llegará a integrar como parte de su personalidad esa base de amor, seguridad y confianza. La experiencia infantil le habrá ofrecido un andamiaje psíquico saludable con el que enfrentar las diferentes dificultades que pueden presentarse a lo largo de su vida y poder desarrollarse plenamente. En ocasiones y por diversos motivos, el entorno del niño no proporciona la experiencia de afecto, aceptación y seguridad necesaria para la construcción saludable de su personalidad, lo que influirá negativamente en su desarrollo psicológico y en consecuencia dificultará la adaptación a los cambios, afectará a la autorregulación emocional y a la maduración en general.
El indicador más claro de un niño que sufre son las conductas problemáticas que presenta en casa y/o en la escuela. Es el motivo principal de consulta psicológica. Sin embargo, la conducta es el último eslabón de la cadena: identificar la emoción desencadenante, la necesidad insatisfecha y la función que cumple dicha conducta resulta indispensable para poder comprender y ayudar al niño y su familia. En el trabajo con niños y adolescentes la conceptualización del problema y la solución debe enmarcarse desde una visión sistémica: el sistema presenta una disfunción que se manifiesta en uno o más miembros de la familia. Esta visión permite comprender el funcionamiento de las dinámicas familiares y sus consecuencias, con el objetivo de dotar a los adultos de mayor consciencia sobre su funcionamiento, fomentar el cambio y ofrecer herramientas saludables de crianza, educación y afrontamiento de los posibles problemas familiares que pueden surgir en el día a día. Todos estamos dentro de un sistema que ejerce su influencia en nosotros. Dicha influencia en la infancia y en la adolescencia es crucial. No tener en cuenta este hecho a la hora de intervenir en psicología sería un error.
No sólo la familia influye en los niños, los compañeros de clase y los grupos de iguales también pueden ser fuente de experiencias negativas y ocasionar problemas emocionales en los más pequeños. En la adolescencia el grupo de iguales cobra especial relevancia para el adolescente. La búsqueda de identidad y de aceptación social lo hace más vulnerable a influencias sociales.
Otro factor causal de problemas psicológicos puede ser la ocurrencia de hechos puntuales dañinos y/o traumáticos. Una pelea, abuso sexual, la muerte de un ser querido, presenciar un atraco o acto violento, etc., son algunos ejemplos. También puede ocurrir que un hecho aparentemente “normal” ocasione una alteración importante en el niño. Algunos ejemplos serían el cambio de residencia o colegio o la llegada de un nuevo hermano. Lo que traumatiza no es el hecho en sí, sino la vivencia personal de lo ocurrido. (Para una mejor comprensión ver el apartado de trauma).
Los niños vienen preparados para desplegar todo su potencial, y si los adultos somos capaces de proporcionarles un entorno en el que poder hacerlo, las posibilidades de crecimiento pueden ser infinitas. Además, son como esponjas: absorben todo lo que hay a su alrededor y son moldeados por ello. En general, son más resilientes que los adultos, es decir, se adaptan con mayor flexibilidad a los cambios, aprenden con más rapidez y se pueden recuperar del dolor en un menor periodo de tiempo, aspecto ventajoso para la intervención y el cambio.
La psicoterapia en éste área se centra tanto en el niño/adolescente como en la familia. La evaluación e intervención se realizará sobre todo el sistema, siendo de vital importancia la colaboración y participación activa de las personas más cercanas al niño (normalmente los padres). Se trabaja desde enfoques psico-corporales (terapia sensoriomotriz, EMDR), terapia de juego y diversas técnicas de manejo de emociones. Se utilizan distintos materiales (muñecos, playmobil, plastilina, papel, pinturas, marionetas, etc.) que sirvan al niño para expresar y dar forma a su mundo interior.
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